En la actualidad, la empresa que conocemos es una creación producto de la Revolución Industrial (1870) y, como tal, está pensada fundamentalmente para la producción de bienes de consumo mediante la utilización masiva de maquinaria manejada por grandes cantidades de mano de obra poco cualificada. Por eso, las bases de la empresa industrial son la jerarquía, los procedimientos, el conflicto de intereses y el utilitarismo.
Por asimilación, y salvo contadas excepciones, todas las empresas han seguido este modelo, independientemente del sector de actividad, del tamaño e incluso de la forma jurídica. Después de casi 150 años, estamos inmersos en una nueva revolución marcada por la tecnología, la robotización, el acceso masivo al conocimiento, la intercomunicación permanente y la innovación. Hoy, lo que marca la diferencia para el éxito a largo plazo de una organización no es la “mano de obra”, ni el capital, ni siquiera la innovación tecnológica, sino la capacidad de las personas de la organización de involucrarse de tal manera en ella que sean capaces de lograr en común resultados extraordinarios.
De aquella sociedad, y de aquella industria de 1870, no queda absolutamente nada en la actualidad y, sin embargo, las estructuras sobre las que se sustentan las empresas siguen siendo prácticamente las mismas. Este evidente desajuste está provocando pérdidas enormes de productividad y de conocimiento, generando desigualdad, frustración y desmotivación en las personas que trabajan en las empresas.
Nadie niega que es absolutamente necesario un cambio profundo de las bases sobre las que se sustentan las empresas, pero no son muchas las que se atreven a realizarlo y, en cierto modo, es entendible ya que no saben cómo hacer dicho cambio ni tienen claro hacia dónde les puede llevar.
En aquella primera Revolución Industrial, gracias a una nueva tecnología, los talleres de artesanos dieron paso a las fábricas industriales. En aquel contexto, la industrialización abarcaba el conocimiento de una serie de técnicas nuevas como el uso del vapor, la organización del trabajo, el diseño de procesos industriales, etcétera. Este conocimiento impulsó el descubrimiento de herramientas como los telares de vapor, los turnos de trabajo, el control de métodos y tiempos y, más adelante, la maquinaria, el trabajo en cadena…
El ‘nuevo etilo de relaciones’: Tecnología para la gestión de organizaciones.
El ‘nuevo estilo de relaciones’ (ner) es precisamente esto, una nueva tecnología que abarca las diferentes técnicas que se deben dominar para la gestión de una empresa. El ‘nuevo estilo de relaciones’ (ner) es la tecnología con la que estamos desarrollado innovadoras herramientas para llevar a cabo la gestión de las organizaciones en el contexto de los cambios que se están produciendo y en los que se nos avecinan.
El conocimiento de estas nuevas técnicas y de sus fundamentos tecnológicos, permitirá a la organización no solo el mejor uso de las herramientas, sino también la adaptación de éstas a sus propias necesidades, así como el auto-desarrollo de otras nuevas en función de la evolución que vayan necesitando. Lo mismo que de nada le hubiera servido a un artesano de finales del S. XVIII que le regalasen un telar mecánico, de nada le sirve a una empresa conocer las herramientas que se utilizan en una organización humana, justa y sostenible, si no conoce las técnicas adecuadas ni asimila los fundamentos tecnológicos que están detrás de todas ellas.