Harto estoy de escuchar a políticos y directivos de grandes empresas la milonga de que “hay que fomentar la cultura emprendedora” y eso de que es un escándalo que la juventud prefiera la seguridad del funcionariado a la aventura del emprendizaje o de la empresa privada.

Lo primero, las empresas deberían reflexionar, hacer un mucho de autocrítica y reconocer que si la gente prefiere trabajar en la administración pública, igual algo tiene que ver también con que las condiciones que ofrece la empresa privada cada vez son peores y lógicamente las personas somos inteligentes y tratamos de buscar lo que más nos conviene. Si lo que la empresa privada nos ofrece es este futuro de la supuesta “economía colaborativa”, donde la empresa se desentiende de toda obligación y responsabilidad hacia la persona, y tan solo se ocupa de recoger los beneficios de su trabajo, entonces me parece absolutamente lógico y legítimo que la gente busque opciones en otros lugares.

Pero volvamos a lo de la cultura emprendedora: señores (permitan que en este caso no utilice lenguaje inclusivo, porque la realidad es que son 99% señores a los que me refiero) directivos de las grandes empresas, ¿por qué hablan tanto del emprendizaje y luego no lo promueven en el interior de sus propias organizaciones? ¿Acaso esto del emprendizaje significa solo que quien no pueda acceder al mercado laboral que se busque la vida como pueda y “monte algo”? Si cualquier persona puede ser emprendedora (cosa con la que estoy 100% de acuerdo), ¿cómo se permiten el lujo de no aprovechar ese potencial enorme en sus propias empresas, y mantienen a la mayoría de esas personas emprendedoras bajo el yugo de los procedimientos y la jerarquía?

Una verdadera “cultura emprendedora” significa para mí potenciar en todos los ámbitos de la vida, y por su puesto de las organizaciones, el crecimiento de la libertad y de la responsabilidad de las personas, cambiar las estructuras para que fluya la autonomía y el compromiso.

Una verdadera “cultura emprendedora” es incompatible con el ordeno y mando que persiste en la mayoría de las empresas, es incompatible con el paternalismo de la mayoría de directivos y empresarios y empresarias, es incompatible con la cultura del procedimiento, del oscurantismo y del presencialismo, es incompatible con continuar llamando a las personas “mano de obra”, como si no tuvieran “tripas” y “mentes” que poder aplicar también en la empresa.

Claro que necesitamos potenciar la faceta emprendedora de las personas, pero para ello, si de verdad somos coherentes, debemos cambiar radicalmente las estructuras de nuestras empresas, que hoy por hoy están pensadas precisamente para todo lo contrario.